Nació don Eustaquio en Ocaña, en 1845. Poseía una vasta cultura y era dueño de una original distinción. En 1880 viajó a Europa. De paso por Caracas, entabló una ruidosa polémica con José María Vargas Vila, por discrepancias literarias y políticas. Visitó a Francia, España e Italia. Hallándose en roma, fue escogido para hacerle un presente al Papa, a nombre de la colonia suramericana. De regreso a la patria, peleó en la guerra de los mil días y fue hecho prisionero en Barranquilla por el General Domínguez, quien lo liberto en premio a una ingeniosa carta en verso que dirigió el coronel-poeta. Murió en esta ciudad de Ocaña, rodeado de la admiración y el cariño de sus coterráneos, habiendo dejado varias obras inéditas que se han extraviado. Tal el autor del romance que hoy publicamos. ”*
*Tomado de la revista LAMINA sección "Ciudad" pag13-22 S.M. Margarita I
Según refieren la historia
En mil setecientos diez
El día quince del mes
De agosto, fecha de gloria
Se conserva en la memoria
La célebre aparición
De la Madre del Señor
En aquella Linda Loma
Oh tu Purísima Paloma
Oh madre de puro amor
Oh virgen de Torcoroma
Amparo del Pecador.
EQ
Eustoquio Quintero formo parte del primer grupo literario llamado Liceo de Hacarí en 1860. Conformando este grupo de distinguidos ocañeros amantes de la literatura se encontraban: Lubín Lobo Barbosa, el poeta y periodista José Domingo Jácome Monroy, también el medico Margario Quintero Jácome, difundiendo sus trabajos en diferentes revistas de la época.
EL CERRO DE LA HORCA
Nunca habían contado los moradores de Ocaña, en ochenta años
que lleva esta de existencia con un rato tan alegre y placentero como el que
experimentaron el 24 de junio de 1666 con la llegada del obispo doctor Melchor
Liñan de Cisneros. Ese día no se oían en todo el lugar
sino gritos de ¡San Juan! San Juan Bautista ¡Viva Nueva Madrid!
En Medio de aquella algazara de los vivas y la música, se advertía
el relincho de los caballos que traían del diestro los esclavos, de los
campos cercanos, a las casas de sus amos.
Un momento después salía el Alférez Don Luis Téllez
Blanco en un famoso castaño, y su señora Isabel de Bonilla, hija
del ricachón de esta ciudad don Antón García de Bonilla
y de doña María de Simancas, en un inquieto rucio, donde lucia
los aldabones y pasamanos de plata de un lujoso sillón de paño
azul y flecos colorados que estrenaban ese día. Pasaron en la plaza,
y a poco rato llegaron en muy buenos corceles y casi con los mismos atavíos
el capitán Jerónimo de Lara y su señora doña Ana
de Castrellón, Jácome Morinelli, el capitán Francisco Quintero,
Rodrigo de Santander, Francisco de León Carreño y el capitán
Luis del Rincón.
Estos caballeros se acercaron a donde estaba el alcalde ordinario, el capitán
Nicolás de Urbina y su señora Josefa Téllez de Lucero,
a quienes respetuosamente saludaron. Esperaba la orden del alcalde para seguir
la comitiva cuando ocurrió la noticia de que ya el Obispo se aproximaba
a la ciudad. Dispusieron salir entonces de a pie, y a la carretera trajeron
el palio de la iglesia, y se dirigieron con el cura y el vicario a la Punta
del Llano para improvisar allí un altar y esperarlo. Estaban en esto
cuando apareció en medio de la comunidad de Agustinos descalzos de Río
de Oro, aquel venerable varón que por sus virtudes y merecimientos llegó
a ser arzobispo de Lima.
La Procesión se dirigió a la iglesia y de allí a la casa
del cura y vicario Don Juan Quintero Príncipe, desde la puerta de la
casa dio el obispo su bendición a aquel cortejo de caballeros y señoras,
los cuales desfilaron llenos de placer y de júbilo a sus hogares.
Esa misma tarde llegaron los curas doctrinarios de Buturama, hoy Aguachica,
los de Bujariayma y Boquini, pueblos extinguidos hoy y florecientes en su época.
De la misma manera acudieron ese día los curas doctrinarios de Aspasica
y los Uramas con más de doscientos indios de los Oropomas y Patatoques.
Las tribus de los Oromitas y Simitariguas fueron traídas por sus encomenderos
el capitán Luis Rincón y Don Juan de Trujillo. Excusándose
solamente el cura de Burgama, hoy La Loma, y Brotare por estar reuniendo a los
Búrburas que se habían revelado contra estos pueblos porque habían
quemado en la plaza de la Loma a Maria del Carmen Mandón y detenido a
Leonelda Hernández; ambas indias eran de su tribu y se les había
seguido la causa en el santo tribunal por brujas.
No pudiendo ajusticiar ni mantener en la cárcel a la famosa Leonelda,
la remitieron con un proceso inquisitorial para que fuera ajusticiada en Ocaña.
No dejo de causar alguna sorpresa la famosa la noticia que trajo un poeta esa
tarde, de que el pueblo Burgama estaba sitiado por los Búrburas. Si embargo,
esa noche, después sermón, la población entera se entregó
con el mayor orden y respeto a toda clase de recreaciones. El alcalde Ordinario
de Burgama remitió a Leonelda Hernández con una escolta de indios
tomando las precauciones necesarias a fin de que no fueran a apoderarse de ella
en el camino los indios de su tribu. Su edad, según el proceso que tenemos
a la vista, era de veintiséis años, de regular estatura, ojos
negros, vivos y quemadores, color moreno claro, cabello negro como el azabache,
su talle gentil y su donaire encantador colmaban las miradas penetrantes de
aquella simpática mujer que tenía fama de guerrera, cruel y sanguinaria.
Al llegar a las Agua Claras tuvieron conocimiento de que los Búrburas
habían pasado para Ocaña, y temiendo alguna celada se desviaron
del camino atravesando cerros y cañadas vinieron a parar al Alto del
Hatillo, frente a Ocaña. Durante el camino habían convencido secretamente
en algún plan siniestro, a juzgar por sus conversaciones inequívocas
y el paso maliciosos por aquella vereda extraviada. Lo cierto fue que cuando
llegaron a aquel punto, desde donde se divisa la ciudad, ya tenían dos
indios que se habían adelantado, dos palos muy altos clavados en el suelo,
con un atravesaño amarrado en sus extremidades.
La india, aunque comprendió el fin que se le preparaba, miro con desprecio
aquel aparato y todos los planes que formaban. En vano esperaron de ella alguna
suplica. El que capitaneaba esta gente se acercó y la dijo: Voy a desatarte
las ligaduras, por qué vas a ser ahorcada aquí mismo.
¿Cuál es el delito que he cometido para que se me castigue así?
Porque tú eres la bruja más sagaz de tu pueblo, y de acuerdo con
la otra que quemamos ayer, según ella confesó en el tormento,
pensabais convertir nuestro pueblo en una laguna, hacer de nuestro cura un caimán
y a nosotros convertirnos en sapos; y es esto tanto más cierto cuando
que cada vez que vienes a la cabeza de tus gentes, dejas muchas plagas en nuestro
pueblo.
¿Por qué no me llevan a la ciudad para que me castiguen allí?
Porque esta tarde ha llegado el obispo y puede concederte la vida ve cómo
está la plaza de alumbrada y las gentes entregadas al regocijo.
Inmediatamente soltó éste el laso con que estaba amarrada Leonelda,
y mientras la sujetaron dos indios, hizo la gazada para ahorcarla. Leonelda
vio al lado de sus enemigos unas sombras que venían arrastrándose
por el suelo. Todo lo comprendió, y un rayo de luz brillo en su mente,
cambiando el terror de que se hallaba poseída por súbita alegría.Cuandooyó
el grito Aquí los Búrburas!, ya tenía un arma en sus manos
y agarró por el cuello a uno de sus verdugos. El asalto fue rápido
y la venganza atroz. Los Búrburas, que habían seguido desde las
Aguas Claras las huellas de los traían a la prisionera, cayeron sobre
ellos en los momentos en que iban a consumar su crimen, y con lanzas y machetes
destrozaron la guardia y colgaron de la horca al capataz.
Leonelda regreso con su gente por aquella misma vereda: quemaron algunas casas
del pueblo de Burga y se internaron en las montañas de Saldama.
Al amanecer del veinticinco vieron desde la ciudad un grupo y un aparato de
palos en el cerro. Se dirigieron a aquel lugar y encontraron en él nueve
cadáveres tendidos en el llanito, uno más colgando de una horca
y un rollo de papeles ensangrentado.
La venida del Obispo y aquel drama sangriento, fueron recordados por muchos
años.
Hoy solo nos queda el testimonio de aquel hecho con el nombre que se conserva
del "Cerro de la Horca".
Eustoquio Quintero Rueda
Ocaña, mayo de 1895
ALGUNOS DATOS PARA LA HISTORIA
En los principios de la conquista había numerosos pueblos en el extenso
territorio de la provincia de Ocaña, cuyos nombres se han extinguido,
pero sus ruinas son testimonios de ellos.
El gran pueblo de los OROTONES, que dice Fray Simón en su compendio histórico,
era vastísimo y vivían en caneyes. Por la montonera de tierra
que se encuentran de aquellas casas, se juzga su grandeza. Por la mitad de la
población pasaba perezosamente el Catatumbo (Algodonal); Sus calles de
forma circular y rodeaban un centro, como los bordados ribetes de un caracol
hasta dar a unas colinas artificiales que se suponen sean los derruidos escombros
del palacio del mandarín. El cementerio tenía un cuarto de legua,
yo lo he visto y sacado sus sepulturas, cristales de roca, collares de huesos
finísimos y una variedad de trasto de loza con dibujos indelebles. En
el testamento de D. Antonio Inis de Jácome, habla de este antiguo pueblo,
con motivo de unos linderos de cacería de “CAPITANLARGO”.
Habla también de este lugar el padre Cecilio de Castro a su coterráneo
D. Carlos Ramírez, el año 1760. D. Carlos vivía en OROPOMA
y el padre Castro en su casa de campo de Barranca. En la hacienda de la labranza,
hay una puerta con un letrero trabajado a navaja que dice: “Cecilio de
Castro- La Barranca 1793.
Burgama en el punto de la “Boca Del Monte “cerca de la floresta
Boquini y Butarama. De estos lugares hace mención Nicolás de la
Rosa, En su libro titulado “Floresta de Santa Marta Numerosos” serian
el numero (sic) de indios en estas regiones cuando Ambrosio Alfinger en 1530
tuvo que devolverse de Brotaré por temor a penetrar estas hordas salvajes,
de quienes dice Juan de Castellano, que eran muchísimas y sumamente belicosas.
Lo mismo refieren Piedrahita y Juan de Ocaraz con Pedro de Limpias y Tolosa,
que a pesar de haber traído 100 hombres y perros de presa no pudieron
entrar ni al llano de los OREJONES (hoy la Cruz) ni al valle de Hacarí
(hoy Ocaña).
Estos pueblos fueron conquistados y sujetos a doctrina por la suavidad de las
misiones evangélicas, para cuyo fin se fundaron conventos y capillas
en todas las cercanías, les cambiaron los nombres indígenas a
los pueblos por el gusto español y con las tribus dispersas formaron
otros lugares. El primer visitador fue Fray Juan de Los Barrios, que después
fue arzobispo de Santa fe de Bogotá. En el libro parroquial de Ocaña,
primero de bautismo del año 1580, está asentada esta visita junto
con las de la lista de los primeros confirmados.
Refiere la tradición que en la depresión del cerro de “SILITARAGUA”,
que da paso al caserío de Pueblo Viejo, a media legua de Buenavista,
está situado el pueblo de HORMIGUAS, siendo sus colindantes los Taguas
y Tequeteques. He visto en la notaría de Ocaña, en su antiquísimo
archivo, una carta de venta que dice: “y mirando donde sale el sol frente
a la quiebra de los Hormigas”. En una puerta vieja del “Espíritu
Santo” (a) había un letrero que decía: “Liceo Gabriel
de Trillos, Cura d. San Andrés y Tres Estancias y Capilla de Hormigua”.
Esta generación (b) amante de ridiculizarlo todo y enemiga de la Arqueología
llama hoy este punto “Las Niguas”. Lo cierto es que yo he visto,
y lo pude ver, los puestos de casas, plan del pueblo y montones de tejas esparcidas
por donde quiera; Como también el pueblo de la casa donde vivía
el Padre que está al frente de estas ruinas y lleva hoy el nombre de
“ALTO DEL PADRE". Todavía hoy, cuando escribo estas líneas,
están allí los empedrados del patio. La casa se conservó
en buen estado hasta principio del siglo pasado, que siendo cura de Buenavista
el padre D. Fermín Ramírez, pasaba ahí algunas temporadas.
Su esclava Basilia Ramírez, a quien yo conocí, vivió en
aquel campo. Esta era madre de Anselmo Cáceres, quien refiere lo mismo.
Decían los viejos, o me contaron ellos en mi juventud, que las montañas
ásperas de estas cordilleras, caen hasta “El Chorro” a las
goteras de Ocaña, que se hallaban monos, machines y toda clase de animales
de caza en sus enmarañadas selvas. El camino por donde venían
el cura doctrinero y las gentes de Ocaña, salía por la loma larga
casi al Petaquero en donde se encontraba el pueblo que cito y tomaba la cuesta
del río a salir al cementerio, allí están en los callejones
antiguos que dan cuenta de esto. (d)
El día dos de febrero se venían desde Ocaña y sus cercanías
los habitantes de aquellos lugares: los frailes, el alférez real, los
nobles de la colonia gran desde la ciudad quienes con sus esclavos ponían
unas fiestas que muy bien solemnizaban la función de la Candelaria. El
cura de los Hormiguas reunía a sus indios y lo llevaban para que conocieran
la gente blanca. Iban hasta al cementerio a encontrar aquella famosa encomienda
de indios vestidos con mantas de algodón crudo.Detrás gritaban
los muchachos: “Aquí llegaron los Niguas, Los Gaguás y Tequeteques
Los armadillos y Zeques”.
Este versito me lo enseñó una abuelita
llamada Damiana, estando yo apenas joven.
¡Qué fiestas! Volvamos a las de aquella época, cual no pasarán
ni jamás volverán a verse. Como no se hallaban sino dos casuchas
y tres con la del cura, daba gusto decían los viejos, ver la toldería
y ranchos improvisados que fabricaban en el bosque bajo los entretejidos lazos
de bejuco de granadillos y flores de “madre selva”. Todo era sencillez,
todo placer inocente, no había las opiniones ni partidos que para nuestra
desdicha brotaron más tarde de los infiernos, no había rencores,
ni se bebía aguardiente, no habiendo casi borracheras, por lo que decían
aquellas buenas gentes que ese día hasta la virgen estaba contenta. En
dicho tiempo no existía en este pueblo cárcel: ¿para que
la necesitaban? Bastaba solo un palo grande enterrado frente a la casa cural,
en donde amarraban al indio que cometía algún desacato o al mulato
que soltaba alguna expresión, que tal vez la escucho a algún español
cuando los trajeron de guinea.
La Iglesia de esta parroquia, dependía de los frailes franciscanos del
convento de Ocaña. Frente a la puerta mayor había un cercado de
material en donde enseñaban la doctrina; se ponían a los indiecitos,
los nombres y apellidos y se distinguían las parcialidades con sus caciques,
cuando salían en un buen orden de aquel reducto. Este edificio debió
ser antiguo, pues en 1875, cuando el terremoto del 18 de mayo, tuvo necesidad
de desbaratarlo el cura de entonces Presbítero Don Agustín Clavijo,
y en uno de los paredones encontró pintado con tinta azul, un fraile
con un letrero que decía: A la memoria del Cardenal Francisco Ximenes
de Cisneros”. Letrero que yo vi. Lo que me hace creer que dicho templo
fue construido durante el tiempo de la regencia de este prelado en España.
En la sacristía había este letrero que decía:
“La campana y el atril
que en esta Iglesia tenéis
son del año del mil
setecientos treinta y seis”.
El camarín fue hecho por un maestro de Argüelles; la obra de carpintería
por un curioso tallador; que trajo el padre Alejo Laría Buceta, del Valle
del Upar a fines del siglo antepasado, el que también hizo admirables
trabajos en Ocaña y Río de Oro. En el año de 1828, el Obispo
D. José Estévez en su visita que hizo a este pueblo, nombró
de maestro de escuela al bachiller D. Juan Bautista Quintero, mi abuelo el que
desempeñó su destino casi sin remuneración alguna hasta
el año de 1840 que tomó cartas en la política, y en suerte
le tocó el asalto de Collazos y el combate del General Herrera en Ocaña,
del que se escapó en medio de aquel gentío cuando los encerraron
en la plaza. Con el aprendieron los que enseñaban en aquel tiempo, Silverio
Serrano, José de la Rosa Navarro, Simón Cabrales, José
Concepción Ojeda (que iba tal cual día a la escuela) y Manuel
A Sepúlveda. D Juan fue inclinado a la lectura: hacia sainetes para la
fiesta de Santa Rita en la casa de sus padres D Juan Antonio Quintero y Dona
María Josefa Monsalve, villancicos para la iglesia y era muy querido
del padre D. José Miguel Clavijo y de los que lo trataban. D. Juan Antonio
(tío de don Martín Quintero) era mi bisabuelo Q.E.P.D. fue hijo
de D. Toribio y este del capitán Antonio Quintero, de la conquista. Yo
tengo las partidas de bautismo guardadas con cuidado.
Este D. Juan Antonio, como refiere vivía en su lindo campo del espíritu
Santo, donde tenía un buen molino en el cual se molía todo el
trigo del partido. Poseía muchos esclavos, por lo que sus labranzas eran
extensas.
El 22 de mayo, festividad de Santa Rita de Casia, era celebrada en el caserío
del Espíritu Santo, en casa del nombrado Quintero, con gran entusiasmo
duraba ocho días. Allí se encontraba en abundancia gallinas, pavos,
cerdos y ganado, y como no había el hambre y la miseria de hoy, las fiestas
eran de verdad, verdad.
D. Juan Bautista nació en el año de 1800. Mi madre Cristina Quintero
nació en Buenavista el 26 de Julio de 1826. Aquí me case en el
año de y aquí moriré (e).
CHARADA
Dedicada al señor don Félix A. Merlano
Allá en la margen de mi tercia y cuarta
En los confines del antiguo mundo,
Yo vi es sus aguas del azul profundo
Cuarta y segunda por doquier allí.
Y acá en mi todo que lo forma un rio
En su rivera de floresta y sauce,
Oí nombrar en su modesto cause
Una bella dama con su nombre así.
Para mi patria murmurando solo
Riqueza y dicha de progreso y gloria
Para mi pecho la feliz historia
De aquella dama que su nombre dió.
Mujer ideal que en su primer y cuarta
Es como el rio silenciosa calma
Que al verle cerca se despeja el alma
Con eses aliento de inspirado amor.