Wednesday, August 31, 2022

Eustoquio Quintero
“Desde García Lorca, el romance entró en una etapa difícil de la técnica y la inspiración poéticas. Por ello los viejos romances, de factura más o menos común, quedaron atrás, en la penumbra de la historia, de la cual solo triunfan, desde luego con brillo propio, las perdurables estrofas del clásico romancero español. No obstante, lo anterior y nuestro limitado espacio, la revista ha querido complacer gustosa publicándolo al grupo de señoras que entregó a uno de nuestros redactores el romance de la virgen de Torcoroma de don Eustoquio Quintero Rueda, un inquieto e interesante personaje nuestro del siglo pasado.
Nació don Eustaquio en Ocaña, en 1845. Poseía una vasta cultura y era dueño de una original distinción. En 1880 viajó a Europa. De paso por Caracas, entabló una ruidosa polémica con José María Vargas Vila, por discrepancias literarias y políticas. Visitó a Francia, España e Italia. Hallándose en roma, fue escogido para hacerle un presente al Papa, a nombre de la colonia suramericana. De regreso a la patria, peleó en la guerra de los mil días y fue hecho prisionero en Barranquilla por el General Domínguez, quien lo liberto en premio a una ingeniosa carta en verso que dirigió el coronel-poeta. Murió en esta ciudad de Ocaña, rodeado de la admiración y el cariño de sus coterráneos, habiendo dejado varias obras inéditas que se han extraviado. Tal el autor del romance que hoy publicamos. ”*
*Tomado de la revista LAMINA sección "Ciudad" pag13-22 S.M. Margarita I

Según refieren la historia
En mil setecientos diez
El día quince del mes
De agosto, fecha de gloria
Se conserva en la memoria
La célebre aparición
De la Madre del Señor
En aquella Linda Loma
Oh tu Purísima Paloma
Oh madre de puro amor
Oh virgen de Torcoroma
Amparo del Pecador.

EQ

Manuscrito de Eustoquio Quintero Rueda
Eustoquio Quintero formo parte del primer grupo literario llamado Liceo de Hacarí en 1860. Conformando este grupo de distinguidos ocañeros amantes de la literatura se encontraban: Lubín Lobo Barbosa, el poeta y periodista José Domingo Jácome Monroy, también el medico Margario Quintero Jácome, difundiendo sus trabajos en diferentes revistas de la época.

EL CERRO DE LA HORCA
Nunca habían contado los moradores de Ocaña, en ochenta años que lleva esta de existencia con un rato tan alegre y placentero como el que experimentaron el 24 de junio de 1666 con la llegada del obispo doctor Melchor Liñan de Cisneros. Ese día no se oían en todo el lugar sino gritos de ¡San Juan! San Juan Bautista ¡Viva Nueva Madrid! En Medio de aquella algazara de los vivas y la música, se advertía el relincho de los caballos que traían del diestro los esclavos, de los campos cercanos, a las casas de sus amos.
Un momento después salía el Alférez Don Luis Téllez Blanco en un famoso castaño, y su señora Isabel de Bonilla, hija del ricachón de esta ciudad don Antón García de Bonilla y de doña María de Simancas, en un inquieto rucio, donde lucia los aldabones y pasamanos de plata de un lujoso sillón de paño azul y flecos colorados que estrenaban ese día. Pasaron en la plaza, y a poco rato llegaron en muy buenos corceles y casi con los mismos atavíos el capitán Jerónimo de Lara y su señora doña Ana de Castrellón, Jácome Morinelli, el capitán Francisco Quintero, Rodrigo de Santander, Francisco de León Carreño y el capitán Luis del Rincón.
Estos caballeros se acercaron a donde estaba el alcalde ordinario, el capitán Nicolás de Urbina y su señora Josefa Téllez de Lucero, a quienes respetuosamente saludaron. Esperaba la orden del alcalde para seguir la comitiva cuando ocurrió la noticia de que ya el Obispo se aproximaba a la ciudad. Dispusieron salir entonces de a pie, y a la carretera trajeron el palio de la iglesia, y se dirigieron con el cura y el vicario a la Punta del Llano para improvisar allí un altar y esperarlo. Estaban en esto cuando apareció en medio de la comunidad de Agustinos descalzos de Río de Oro, aquel venerable varón que por sus virtudes y merecimientos llegó a ser arzobispo de Lima.
La Procesión se dirigió a la iglesia y de allí a la casa del cura y vicario Don Juan Quintero Príncipe, desde la puerta de la casa dio el obispo su bendición a aquel cortejo de caballeros y señoras, los cuales desfilaron llenos de placer y de júbilo a sus hogares.
Esa misma tarde llegaron los curas doctrinarios de Buturama, hoy Aguachica, los de Bujariayma y Boquini, pueblos extinguidos hoy y florecientes en su época.
De la misma manera acudieron ese día los curas doctrinarios de Aspasica y los Uramas con más de doscientos indios de los Oropomas y Patatoques. Las tribus de los Oromitas y Simitariguas fueron traídas por sus encomenderos el capitán Luis Rincón y Don Juan de Trujillo. Excusándose solamente el cura de Burgama, hoy La Loma, y Brotare por estar reuniendo a los Búrburas que se habían revelado contra estos pueblos porque habían quemado en la plaza de la Loma a Maria del Carmen Mandón y detenido a Leonelda Hernández; ambas indias eran de su tribu y se les había seguido la causa en el santo tribunal por brujas.
No pudiendo ajusticiar ni mantener en la cárcel a la famosa Leonelda, la remitieron con un proceso inquisitorial para que fuera ajusticiada en Ocaña. No dejo de causar alguna sorpresa la famosa la noticia que trajo un poeta esa tarde, de que el pueblo Burgama estaba sitiado por los Búrburas. Si embargo, esa noche, después sermón, la población entera se entregó con el mayor orden y respeto a toda clase de recreaciones. El alcalde Ordinario de Burgama remitió a Leonelda Hernández con una escolta de indios tomando las precauciones necesarias a fin de que no fueran a apoderarse de ella en el camino los indios de su tribu. Su edad, según el proceso que tenemos a la vista, era de veintiséis años, de regular estatura, ojos negros, vivos y quemadores, color moreno claro, cabello negro como el azabache, su talle gentil y su donaire encantador colmaban las miradas penetrantes de aquella simpática mujer que tenía fama de guerrera, cruel y sanguinaria.
Al llegar a las Agua Claras tuvieron conocimiento de que los Búrburas habían pasado para Ocaña, y temiendo alguna celada se desviaron del camino atravesando cerros y cañadas vinieron a parar al Alto del Hatillo, frente a Ocaña. Durante el camino habían convencido secretamente en algún plan siniestro, a juzgar por sus conversaciones inequívocas y el paso maliciosos por aquella vereda extraviada. Lo cierto fue que cuando llegaron a aquel punto, desde donde se divisa la ciudad, ya tenían dos indios que se habían adelantado, dos palos muy altos clavados en el suelo, con un atravesaño amarrado en sus extremidades.
La india, aunque comprendió el fin que se le preparaba, miro con desprecio aquel aparato y todos los planes que formaban. En vano esperaron de ella alguna suplica. El que capitaneaba esta gente se acercó y la dijo: Voy a desatarte las ligaduras, por qué vas a ser ahorcada aquí mismo.
¿Cuál es el delito que he cometido para que se me castigue así?
Porque tú eres la bruja más sagaz de tu pueblo, y de acuerdo con la otra que quemamos ayer, según ella confesó en el tormento, pensabais convertir nuestro pueblo en una laguna, hacer de nuestro cura un caimán y a nosotros convertirnos en sapos; y es esto tanto más cierto cuando que cada vez que vienes a la cabeza de tus gentes, dejas muchas plagas en nuestro pueblo.
¿Por qué no me llevan a la ciudad para que me castiguen allí?
Porque esta tarde ha llegado el obispo y puede concederte la vida ve cómo está la plaza de alumbrada y las gentes entregadas al regocijo.
Inmediatamente soltó éste el laso con que estaba amarrada Leonelda, y mientras la sujetaron dos indios, hizo la gazada para ahorcarla. Leonelda vio al lado de sus enemigos unas sombras que venían arrastrándose por el suelo. Todo lo comprendió, y un rayo de luz brillo en su mente, cambiando el terror de que se hallaba poseída por súbita alegría.Cuandooyó el grito Aquí los Búrburas!, ya tenía un arma en sus manos y agarró por el cuello a uno de sus verdugos. El asalto fue rápido y la venganza atroz. Los Búrburas, que habían seguido desde las Aguas Claras las huellas de los traían a la prisionera, cayeron sobre ellos en los momentos en que iban a consumar su crimen, y con lanzas y machetes destrozaron la guardia y colgaron de la horca al capataz.
Leonelda regreso con su gente por aquella misma vereda: quemaron algunas casas del pueblo de Burga y se internaron en las montañas de Saldama.
Al amanecer del veinticinco vieron desde la ciudad un grupo y un aparato de palos en el cerro. Se dirigieron a aquel lugar y encontraron en él nueve cadáveres tendidos en el llanito, uno más colgando de una horca y un rollo de papeles ensangrentado.
La venida del Obispo y aquel drama sangriento, fueron recordados por muchos años.
Hoy solo nos queda el testimonio de aquel hecho con el nombre que se conserva del "Cerro de la Horca".

Eustoquio Quintero Rueda
Ocaña, mayo de 1895
ALGUNOS DATOS PARA LA HISTORIA
En los principios de la conquista había numerosos pueblos en el extenso territorio de la provincia de Ocaña, cuyos nombres se han extinguido, pero sus ruinas son testimonios de ellos.

El gran pueblo de los OROTONES, que dice Fray Simón en su compendio histórico, era vastísimo y vivían en caneyes. Por la montonera de tierra que se encuentran de aquellas casas, se juzga su grandeza. Por la mitad de la población pasaba perezosamente el Catatumbo (Algodonal); Sus calles de forma circular y rodeaban un centro, como los bordados ribetes de un caracol hasta dar a unas colinas artificiales que se suponen sean los derruidos escombros del palacio del mandarín. El cementerio tenía un cuarto de legua, yo lo he visto y sacado sus sepulturas, cristales de roca, collares de huesos finísimos y una variedad de trasto de loza con dibujos indelebles. En el testamento de D. Antonio Inis de Jácome, habla de este antiguo pueblo, con motivo de unos linderos de cacería de “CAPITANLARGO”. Habla también de este lugar el padre Cecilio de Castro a su coterráneo D. Carlos Ramírez, el año 1760. D. Carlos vivía en OROPOMA y el padre Castro en su casa de campo de Barranca. En la hacienda de la labranza, hay una puerta con un letrero trabajado a navaja que dice: “Cecilio de Castro- La Barranca 1793.
Burgama en el punto de la “Boca Del Monte “cerca de la floresta Boquini y Butarama. De estos lugares hace mención Nicolás de la Rosa, En su libro titulado “Floresta de Santa Marta Numerosos” serian el numero (sic) de indios en estas regiones cuando Ambrosio Alfinger en 1530 tuvo que devolverse de Brotaré por temor a penetrar estas hordas salvajes, de quienes dice Juan de Castellano, que eran muchísimas y sumamente belicosas. Lo mismo refieren Piedrahita y Juan de Ocaraz con Pedro de Limpias y Tolosa, que a pesar de haber traído 100 hombres y perros de presa no pudieron entrar ni al llano de los OREJONES (hoy la Cruz) ni al valle de Hacarí (hoy Ocaña).
Estos pueblos fueron conquistados y sujetos a doctrina por la suavidad de las misiones evangélicas, para cuyo fin se fundaron conventos y capillas en todas las cercanías, les cambiaron los nombres indígenas a los pueblos por el gusto español y con las tribus dispersas formaron otros lugares. El primer visitador fue Fray Juan de Los Barrios, que después fue arzobispo de Santa fe de Bogotá. En el libro parroquial de Ocaña, primero de bautismo del año 1580, está asentada esta visita junto con las de la lista de los primeros confirmados.
Refiere la tradición que en la depresión del cerro de “SILITARAGUA”, que da paso al caserío de Pueblo Viejo, a media legua de Buenavista, está situado el pueblo de HORMIGUAS, siendo sus colindantes los Taguas y Tequeteques. He visto en la notaría de Ocaña, en su antiquísimo archivo, una carta de venta que dice: “y mirando donde sale el sol frente a la quiebra de los Hormigas”. En una puerta vieja del “Espíritu Santo” (a) había un letrero que decía: “Liceo Gabriel de Trillos, Cura d. San Andrés y Tres Estancias y Capilla de Hormigua”.
Esta generación (b) amante de ridiculizarlo todo y enemiga de la Arqueología llama hoy este punto “Las Niguas”. Lo cierto es que yo he visto, y lo pude ver, los puestos de casas, plan del pueblo y montones de tejas esparcidas por donde quiera; Como también el pueblo de la casa donde vivía el Padre que está al frente de estas ruinas y lleva hoy el nombre de “ALTO DEL PADRE". Todavía hoy, cuando escribo estas líneas, están allí los empedrados del patio. La casa se conservó en buen estado hasta principio del siglo pasado, que siendo cura de Buenavista el padre D. Fermín Ramírez, pasaba ahí algunas temporadas. Su esclava Basilia Ramírez, a quien yo conocí, vivió en aquel campo. Esta era madre de Anselmo Cáceres, quien refiere lo mismo.
Decían los viejos, o me contaron ellos en mi juventud, que las montañas ásperas de estas cordilleras, caen hasta “El Chorro” a las goteras de Ocaña, que se hallaban monos, machines y toda clase de animales de caza en sus enmarañadas selvas. El camino por donde venían el cura doctrinero y las gentes de Ocaña, salía por la loma larga casi al Petaquero en donde se encontraba el pueblo que cito y tomaba la cuesta del río a salir al cementerio, allí están en los callejones antiguos que dan cuenta de esto. (d)
El día dos de febrero se venían desde Ocaña y sus cercanías los habitantes de aquellos lugares: los frailes, el alférez real, los nobles de la colonia gran desde la ciudad quienes con sus esclavos ponían unas fiestas que muy bien solemnizaban la función de la Candelaria. El cura de los Hormiguas reunía a sus indios y lo llevaban para que conocieran la gente blanca. Iban hasta al cementerio a encontrar aquella famosa encomienda de indios vestidos con mantas de algodón crudo.Detrás gritaban los muchachos: “Aquí llegaron los Niguas, Los Gaguás y Tequeteques Los armadillos y Zeques”.

Este versito me lo enseñó una abuelita llamada Damiana, estando yo apenas joven.
¡Qué fiestas! Volvamos a las de aquella época, cual no pasarán ni jamás volverán a verse. Como no se hallaban sino dos casuchas y tres con la del cura, daba gusto decían los viejos, ver la toldería y ranchos improvisados que fabricaban en el bosque bajo los entretejidos lazos de bejuco de granadillos y flores de “madre selva”. Todo era sencillez, todo placer inocente, no había las opiniones ni partidos que para nuestra desdicha brotaron más tarde de los infiernos, no había rencores, ni se bebía aguardiente, no habiendo casi borracheras, por lo que decían aquellas buenas gentes que ese día hasta la virgen estaba contenta. En dicho tiempo no existía en este pueblo cárcel: ¿para que la necesitaban? Bastaba solo un palo grande enterrado frente a la casa cural, en donde amarraban al indio que cometía algún desacato o al mulato que soltaba alguna expresión, que tal vez la escucho a algún español cuando los trajeron de guinea.
La Iglesia de esta parroquia, dependía de los frailes franciscanos del convento de Ocaña. Frente a la puerta mayor había un cercado de material en donde enseñaban la doctrina; se ponían a los indiecitos, los nombres y apellidos y se distinguían las parcialidades con sus caciques, cuando salían en un buen orden de aquel reducto. Este edificio debió ser antiguo, pues en 1875, cuando el terremoto del 18 de mayo, tuvo necesidad de desbaratarlo el cura de entonces Presbítero Don Agustín Clavijo, y en uno de los paredones encontró pintado con tinta azul, un fraile con un letrero que decía: A la memoria del Cardenal Francisco Ximenes de Cisneros”. Letrero que yo vi. Lo que me hace creer que dicho templo fue construido durante el tiempo de la regencia de este prelado en España. En la sacristía había este letrero que decía:
“La campana y el atril
que en esta Iglesia tenéis
son del año del mil
setecientos treinta y seis”.
El camarín fue hecho por un maestro de Argüelles; la obra de carpintería por un curioso tallador; que trajo el padre Alejo Laría Buceta, del Valle del Upar a fines del siglo antepasado, el que también hizo admirables trabajos en Ocaña y Río de Oro. En el año de 1828, el Obispo D. José Estévez en su visita que hizo a este pueblo, nombró de maestro de escuela al bachiller D. Juan Bautista Quintero, mi abuelo el que desempeñó su destino casi sin remuneración alguna hasta el año de 1840 que tomó cartas en la política, y en suerte le tocó el asalto de Collazos y el combate del General Herrera en Ocaña, del que se escapó en medio de aquel gentío cuando los encerraron en la plaza. Con el aprendieron los que enseñaban en aquel tiempo, Silverio Serrano, José de la Rosa Navarro, Simón Cabrales, José Concepción Ojeda (que iba tal cual día a la escuela) y Manuel A Sepúlveda. D Juan fue inclinado a la lectura: hacia sainetes para la fiesta de Santa Rita en la casa de sus padres D Juan Antonio Quintero y Dona María Josefa Monsalve, villancicos para la iglesia y era muy querido del padre D. José Miguel Clavijo y de los que lo trataban. D. Juan Antonio (tío de don Martín Quintero) era mi bisabuelo Q.E.P.D. fue hijo de D. Toribio y este del capitán Antonio Quintero, de la conquista. Yo tengo las partidas de bautismo guardadas con cuidado.


Este D. Juan Antonio, como refiere vivía en su lindo campo del espíritu Santo, donde tenía un buen molino en el cual se molía todo el trigo del partido. Poseía muchos esclavos, por lo que sus labranzas eran extensas.


El 22 de mayo, festividad de Santa Rita de Casia, era celebrada en el caserío del Espíritu Santo, en casa del nombrado Quintero, con gran entusiasmo duraba ocho días. Allí se encontraba en abundancia gallinas, pavos, cerdos y ganado, y como no había el hambre y la miseria de hoy, las fiestas eran de verdad, verdad.
D. Juan Bautista nació en el año de 1800. Mi madre Cristina Quintero nació en Buenavista el 26 de Julio de 1826. Aquí me case en el año de y aquí moriré (e).


CHARADA
Dedicada al señor don Félix A. Merlano


Allá en la margen de mi tercia y cuarta
En los confines del antiguo mundo,
Yo vi es sus aguas del azul profundo
Cuarta y segunda por doquier allí.
Y acá en mi todo que lo forma un rio
En su rivera de floresta y sauce,
Oí nombrar en su modesto cause
Una bella dama con su nombre así.
Para mi patria murmurando solo
Riqueza y dicha de progreso y gloria
Para mi pecho la feliz historia
De aquella dama que su nombre dió.
Mujer ideal que en su primer y cuarta
Es como el rio silenciosa calma
Que al verle cerca se despeja el alma
Con eses aliento de inspirado amor.

Ocaña, junio 28 de 1884


NOTAS
(a.) Antigua Hacienda, hoy propiedad de Don José del Carmen Jácome.
(b.) La de 1900
(c.) Queda al final de la calle del Carretero de Ocaña y en donde se inicia la subida para Buenavista.
(d.) Hacia el oriente cementerio de Buenavista.
(e.) Don Eustoquio Quintero contrajo matrimonio dos veces, pero según la fecha en que poco más o menos escribió esta reseña, parece refiere a su primer enlace con una - señora Portillo y de la cual tubo a sus hijos Matilde, Rosana, Luis y Marco Elías. Su segundo
matrimonio se verifico también en Buenavista con la señora Leovigilda Navarro, el 14 de julio de 1902.

La anterior reseña la he tomado del libro 49 de bautismo de la parroquia de Buenavista, en el folio 122.

A la galantería del Doctor FRANCISCO C. ANGARITA, actual Párroco de Buenavista (Municipio de Ocaña) y socio correspondiente del centro de historia, debemos del suministro de los datos históricos hallados en el archivo parroquial del aquel corregimiento y suscrito por DON EUSTOQUIO QUINTERO conocido historiógrafo ocañero, datos relacionados con los sucedidos del corregimiento y de importancia para la historia de la región y que nos permitimos publicar a continuación con las notas explicativas del mismo Doctor Angarita. Revista Hacaritama enero de 1941 Numero 72.
Ocaña IV centenario Agradece a la alumna Sonia San Juan Abello bisnieta de Don Eustoquio Quintero, el envío de estos bellos datos de la historia comarcana y de los que posteriormente se sirva remitirnos.